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La cultura de los límites

  • Álvaro Hamamé
  • 22 ene 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 19 mar 2024




Comienzo esta columna con datos dramáticos que lamentablemente no han tenido

la difusión que merecen: según Informes de Amnistía Internacional y de la organización

Global Witness, más de 300 activistas protectores del medioambiente fueron asesinados

durante los últimos dos años y América Latina es una de las regiones más afectadas, pues

concentra el 60% de estos casos —la región además registra más de 1.330 activistas

muertos en la última década- generados principalmente por disputas territoriales con

empresas mineras, madereras y agrícolas. Frente a este escenario, es importante

considerar el territorio más allá de sus características geográficas y naturales - como un

espacio político e ideológico que está en permanente disputa.

El uso racional-material de los recursos naturales, en una búsqueda constante de la

maximización del lucro, se constituye en uno de los principales ejes de desarrollo y

denominador común de los programas de gobierno - de izquierda y de derecha- al ser

fuentes de recursos fiscales. Además, se vincula su explotación con crecimiento

económico y el discurso central transmite la necesidad de ampliar las exportaciones y de

aumentar la inversión extranjera de empresas transnacionales como sinónimo de

desarrollo y progreso. Sin embargo, el control de los territorios de abundante

biodiversidad a través del agronegocio, la gran minería, la explotación de hidrocarburos y

los megaproyectos hidroeléctricos, entre otros, genera no sólo importantes daños

medioambientales, sino que altera la vida social de numerosas comunidades al privatizar

los bienes naturales que son parte de su hábitat geográfico y fuente de identidad

colectiva.

Desde esta perspectiva, el patrón de acumulación extractivista, como práctica

transversal en la historia económica, social y política de todos los países de América Latina

y el Caribe, con mayor o menor densidad, debe asumirse como una problemática histórica

regional. La apropiación material de la naturaleza, entendida como mercancía abstracta,

transferible e intercambiable y su sobreexplotación económica implica el retraso de

procesos relacionados con temas fundamentales como la protección de la soberanía

territorial, la degradación ambiental, la preservación de la biodiversidad - principalmente

agua dulce y minerales estratégicos- y la capacidad de producir conocimiento, desarrollo

científico y tecnológico a partir de una mayor comprensión del funcionamiento de sus

distintas dinámicas físicas y biológicas. Para contrarrestar esta situación es importante

profundizar el conocimiento de los procesos biogeoquímicos de cada ecosistema para

determinar su capacidad de carga, agotamiento y regeneración, sólo así se podrá

comenzar a fortalecer una transición socioeconómica que nos permita vivir en una

sociedad sustentable, en la que los argumentos culturales sean tan válidos como los

técnicos, para detener jurídicamente proyectos que afecten la calidad de vida

sociocultural y ambiental de cualquier comunidad. Los ciudadanos (activistas) asesinados,

por intereses corporativos privados, estaban defendiendo los derechos ambientales y la

protección del patrimonio natural de sus localidades. Ellos simbolizan una cultura del

límite frente a un modelo de crecimiento económico ilimitado que no tiene sustento en

un planeta finito.


Por Álvaro Hamamé V.

Periodista, PhD. Comunicación Social

 
 
 

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