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Día de las Mujeres: validar la diversidad

  • Rosario Mena Larrain
  • 5 mar 2024
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 8 mar 2024





Cada vez que se avecina el Día de la Mujer siento una emoción y al mismo tiempo una suerte de incomodidad que no alcanzo a objetivar, y que acaba diluyéndose en medio de la marcha, la conmoción y el abrazo con las amigas cuyo encuentro es tradición en esta manifestación anual.


La inquietud no tiene que ver con la moda; el verde y el morado; lo verdadero y lo falso; la selfie; la explosión de likes, lo políticamente correcto y las múltiples contradicciones que concurren. Todo aquello se asume como parte del grito destemplado que emerge de miles de historias, realidades y programaciones de explotación, abuso, discriminación, estereotipos y un largo etcétera que estamos lejos de comprender en sus reales dimensiones.


El asunto se relaciona con una diversidad que es secuestrada e invisibilizada por ciertos modelos y paradigmas que no representan – ni tendrían por qué hacerlo- al conjunto de las mujeres a este lado del planeta, marcado por la fragmentación social, la desigualdad, el clasismo, el racismo y todo el sistema colonial aún imperante en sociedades de amplio componente indígena que han sufrido violentos procesos de blanqueamiento y homogeneización forzosa.


Aparte  de algunos tópicos centrales - como la violencia contra la mujer y los derechos reproductivos-  que forman parte del discurso y la performance del 8M, es escasa la representación de las problemáticas más cotidianas, por ejemplo, de las mujeres pobladoras jefas de hogar. Mujeres que suelen vivir afligidas por el apremio económico y las dificultades para mantener a sus familias y conciliar el trabajo con el cuidado de l@s hij@s, abandonados a la vagancia, la marginalidad, la delincuencia y la carencia de oportunidades que se perpetúa de generación en generación. Y qué decir de las mujeres indígenas, víctimas de una dominación epistémica que no tiene en cuenta su visión y sus maneras de estar en el mundo.


Autoras del feminismo decolonial como María Lugonés, Karina Bidaseca, Yuderkis Espinoza, Ochy Curiel y  la principal inspiradora de Las Tesis , Rita Segato, han venido a contrapesar este feminismo hegemónico en nuestros países, poniendo sobre la mesa, a partir de la interseccionalidad, el espectro de diferencias que resultan del cruce de la variable  sexo, con la de clase, raza y otras muchas que se suman exponencialmente,  interactuando  en una ecuación cada vez más compleja. 


Desde las llamadas epistemologías del sur se construyen planteamientos propios como es el caso del feminismo paritario, surgido principalmente en el ámbito andino y que identifica a un amplio sector de las mujeres indígenas. Muchas de ellas perciben la noción de género como algo ajeno a su tradición y siguen considerando primordial la determinación biológica impugnada por el pensamiento occidental, que sostiene la condición performativa del género como construcción psicológica, social y cultural, acorde a los planteamientos de figuras tan influyentes como la estadounidense Judith Butler.


Entienden el patriarcado como una imposición colonial que se consolida en el modelo de explotación,  acumulación y  organización del trabajo. Y en ello conciden con muchas feministas occidentales que lo visualizan como condición estructural del capitalismo.


En su migración a la ciudad, las mujeres indígenas se ven constreñidas por un sistema jerárquico en el cual el trabajo y la productividad otorgan primacía al espacio público, tradicionalmente asignado a los hombres pero no por ello considerado superior al espacio privado del hogar, dominio de la mujer por excelencia, y lugar central de la procreación, la administración de los recursos naturales, la crianza, la transmisión cultural.  A ello se suma la la ruptura de las formas de vida ancladas en la naturaleza, la espiritualidad y la cohesión comunitaria que sostiene los valores del grupo. La irrupción de modelos culturales consumistas, por su parte, exacerba el machismo y las relaciones basadas en el poder del dinero, entre muchos otros factores. Es así que el equilibrio de la dualidad masculina-femenina, opuesta y complementaria que ordena amplios aspectos de la cosmovisión andina y se encarna en el matrimonio o chacha-warmi, es impactado por una estructura que pone a los hombres por encima de las mujeres.


Es justamente este equilibrio perdido el que el feminismo paritario busca recuperar, en coherencia con su ideal de integralidad y armonía.


Señala Bidaseca (2010) que el modelo tradicional andino “está compuesto por entidades complementarias pero, a la vez, opuestas  (…), no se busca asegurar la superioridad masculina como en la cultura occidental” (p.9)  En este contexto, explica la autora, el feminismo hegemónico contribuiría a debilitar las luchas emancipatorias de los pueblos al fomentar la lucha por la “igualdad de género” y, con ello, la división entre  mujeres y hombres, descuidando la intersección de clase y etnicidad.


Es así que los atributos de poder adjudicados a los hombres -y que las mujeres occidentales pelean por conquistar- están lejos de comportar un valor universal.  Por otra parte, la feroz desigualdad social, la falsa interculturalidad, la marginación y la discriminación, siguen siendo razones de peso para que hombres y mujeres se mantengan unidos en sus luchas compartidas como indígenas y clase trabajadora.


Si se quiere evitar que el feminismo continúe replicando relaciones jerárquicas de dominación y discriminación, es urgente avanzar en el reconocimiento y visibilización de la diversidad de realidades agrupadas bajo la categoría "mujer" que determinan diferencias radicales entre las problemáticas y demandas de distintos grupos. 


No todas las mujeres se identifican con las imágenes y conceptos difundidos en los discursos feministas. No todas perciben como un problema el lenguaje o los estereotipos sexistas.  La mayoría  ni siquiera tienen la posibilidad de plantearse el asunto de la  brecha salarial ni menos el de la paridad de representación en una organización social, empresarial o política.  Para muchas el problema es ser lo que son:  mujeres condenadas por su clase y su raza.


P:D: Los actos gubernamentales, publicidad de grandes tiendas e iniciativas de ciertas organizaciones feministas legitimadas internacionalmente que adhieren a la defensa de los derechos de las mujeres recurriendo a la imaginería de las carteras, los labiales y los ramos de flores son capítulo aparte.


Por Rosario Mena L. Periodista Mag. en Musicología Latinoamericana

 


 

 

 
 
 

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