Historias de Inmigración
- catalina coghlan
- 14 jun 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 jun 2024

La luna está en cuarto creciente y camina por delante de Venus. El frío viste los
autos con una bufanda blanca y las calles mudas observan como la luz se nutre de la
sombra para crear una figura única. Sentado frente a mi computador recuerdo una de
las últimas escenas que viví mientras me internaba por el norte de Marruecos durante el
rodaje del documental Huellas: Historias de Inmigración Africana. En esos momentos
traspasábamos la frontera de Argelia junto a otros periodistas en un auto cansado y rojo.
Después de apagar la cámara levanté la vista y pude ver a través de la ventana húmeda a
una mujer escondida tras unos muros intentando abrigar a su hijo.
Pedí que nos detuviéramos. Me bajé y procuré acercarme sin asustarla, mientras ella instintivamente tomaba la mano del pequeño. Pregunté su nombre mientras se cubría de la tímida lluvia que comenzaba a caer, pero sus ojos - cansados de buscar las costas españolas- sólo podían contestarme que su niño y ella no habían comido nada durante días.
El inmigrante africano que intenta llegar a Europa escapando de la guerra, el
hambre y la pobreza extrema, recorre el desierto del Sahara hasta alcanzar la costa
Mediterránea, donde vaga durante años por distintas comunidades subsaharianas
asentadas clandestinamente en territorio Marroquí. Sobrevive escondido en los bosques,
durmiendo bajo los arbustos, escarbando en la basura en busca de alimentos o
mendigando algo de caridad en los suburbios de Rabat – capital de Marruecos-. Durante
el tiempo que sea necesario, espera el momento adecuado para cruzar hasta territorio
español. Miles cruzan por mar en precarias embarcaciones dispuestas por mafias: la
Unión Europea ha reconocido que en los últimos cinco años más de diez mil africanos
se han ahogado antes de llegar a sus costas y otros, desesperados por dejar atrás la
vida infrahumana en los montes marroquíes, tratan de saltar la doble valla fronteriza de
diez metros de altura construida en Melilla, España. Un cercado de acero y alambres
resguardado por efectivos armados de ambos ejércitos– soldados que muchas veces
disparan – detectores de movimiento y cámaras infrarrojas. Un recibimiento que no
aparece en las guías turísticas del autoproclamado primer mundo.
La prensa europea habla de esta inmigración desde un pedestal jurídico. Hoy
son treinta “Sin Papeles” los que se han encontrado muertos en las playas, entre las
toallas de los veraneantes europeos. Mañana ochenta Sin Papeles son detenidos
tratando de saltar la valla.
Los titulares no nos hablan de vidas con historia, nombres, sueños, familia, padres, hermanos o hijos. Lo mismo sucede con el indocumentado latinoamericano. La elogiada velocidad informativa actual nos sumerge en una cultura del desconocimiento y la anomia. Además, antes de llegar al público, el mensaje ha sido filtrado y procesado por las agencias de noticias y en las salas de los mass media hegemónicos, para ajustarse a los estereotipos que el norte construye sobre el sur. La cosa, la imagen y el ser se confunden en la rapidez de la información aturdiendo el pensamiento crítico.
…Sigo frente a esta pequeña familia destruida y sólo les puedo entregar una
manta y algo de dinero para que puedan comprar comida. La mujer llora agradecida, y
me tiende la mano. Puedo sentir su desesperación. Desde el auto me gritan que regrese,
que debemos irnos antes del anochecer, pues la carretera es peligrosa. Me despido
mirándola a los ojos, casi pidiéndole perdón y vuelvo hacia el auto intentando contener
la angustia de no poder llevarlos conmigo.
Después de siglos de historia no mucho ha cambiado en las entrañas del castillo,
pienso. Aún están los reyes, las reinas, príncipes, los señores y sus sirvientes, y por
último están los bufones y los plebeyos ….que cada cierto tiempo… asan un cerdo.
Afuera comienza a llover y la luna eclipsa la estrella de la tarde.
Álvaro Hamamé V.
Periodista y Realizador Audiovisual
PhD. Comunicación Social.
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